martes, 1 de mayo de 2012

El juego de Cupido



En el jardín de los secretos, enmarcados en un cromatismo otoñal, se escucha la austeridad de la fuente de Eco. En medio de la floresta taciturna, se ensalza un capitolio griego cuyo interior se dibuja la silueta surrealista de una mujer.

Con  su vestimenta poética, propia de una mujer cutness, idolatra a la idea más pura de la belleza empírica. El entallado de su vestido se ajustaba a los patrones morales de aquel entonces, pero la fuerza de su mirada llegaba hacia los límites inimaginables de la mente humana, disparando un tiro hacia el vacío.

De la nada surgió un hombre, de aspecto robusto y fría transparencia, acercándose lentamente al paradero de la joven. En sus manos llevaba un obsequio perfumado para robar la cordura irrompible de cualquier cándida jovenzuela. Era la poción más ligera contra la razón.

Con su mirada de fuerte calado místico, desnudaba sus emociones con su visión impertérrita de ese accesorio caduco propio de una falacia sensitiva. Fingiendo una tímida sonrisa, dejó entrever, con su abstrusa expresión, que jamás saborearía cuál es el poder de la debilidad.


Joan Márquez Tió

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