En el jardín de los secretos, enmarcados en un cromatismo otoñal, se
escucha la austeridad de la fuente de Eco. En medio de la floresta taciturna, se
ensalza un capitolio griego cuyo interior se dibuja la silueta surrealista de
una mujer.
Con su vestimenta poética,
propia de una mujer cutness, idolatra
a la idea más pura de la belleza empírica. El entallado de su vestido se
ajustaba a los patrones morales de aquel entonces, pero la fuerza de su mirada
llegaba hacia los límites inimaginables de la mente humana, disparando un tiro
hacia el vacío.
De la nada surgió un hombre, de aspecto robusto y fría transparencia,
acercándose lentamente al paradero de la joven. En sus manos llevaba un obsequio
perfumado para robar la cordura irrompible de cualquier cándida jovenzuela. Era
la poción más ligera contra la razón.
Con su mirada de fuerte calado místico, desnudaba sus emociones
con su visión impertérrita de ese accesorio caduco propio de una falacia
sensitiva. Fingiendo una tímida sonrisa, dejó entrever, con su abstrusa
expresión, que jamás saborearía cuál es el poder de la debilidad.
Joan Márquez Tió
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